Se suele decir que es necesario perder grasa para perder peso. Si bien esto es cierto, no es necesario que todos nuestros ejercicios sean específicos de quema de grasa para lograrlo.
Es importante tener en mente cómo el cuerpo procesa el almacenamiento de energía. La grasa no es algo permanente en las células; entra y sale según nuestros requisitos de energía. Cuando la glucosa en sangre se encuentra en niveles bajos, como en las primeras horas de la mañana, la grasa será nuestro principal combustible. Después de los primero bocados de desayuno, la sangre ya estará cargada de glucosa, y la insulina comenzará a almacenarla en las células, así como se cerrará la provisión de grasa y comenzaremos a quemar el azúcar en sangre.
La glucosa se almacena en el hígado y en los músculos. La grasa, por otro lado, se almacena en células adiposas bajo la forma de triglicéridos. En el momento en el que la glucosa en sangre baje nuevamente, o cuando hacemos ejercicio de moderada intensidad, la grasa almacenada será recuperada de las células adiposas por hormonas que se dedican a romper las células adiposas y enviar los ácidos grasos al torrente sanguíneo para que puedan ser utilizadas. Este proceso es lo que se conoce como “quema de grasas” y es un proceso dinámico.
La clave para entender esto es el balance entre la grasa y la glucosa (carbohidratos). Después de deshacernos de toda la glucosa, le toca el turno a la grasa, porque la glucosa en sangre está baja. ¿Y qué pasa cuando contamos en todo momento con glucosa para quemar? La grasa no queda almacenada indefinidamente. Si nuestra alimentación y ejercicio están balanceados, siempre tendremos grasa que quemar (a la mañana temprano, durante las actividades diarias, antes de las comidas). A largo plazo, el sistema se equilibra porque la glucosa vuelve a su lugar de almacenamiento, y la grasa pasa a ser una fuente importante de energía.
Estrictamente, no debemos preocuparnos tanto por quemar grasas, sino por mantener un pequeño déficit calórico si deseamos perder peso.
